Durante décadas, la conservación ambiental ha estado atrapada entre discursos inspiracionales y presupuestos insuficientes. Mientras los países del sur global enfrentan presiones crecientes para acelerar su desarrollo económico, la pérdida de biodiversidad avanza a un ritmo implacable. ¿Cómo proteger ecosistemas estratégicos sin frenar el desarrollo? ¿Cómo pasar de los compromisos multilaterales a la acción concreta? El reciente documento técnico de Terrasos propone una respuesta clara: hay que tratar a la naturaleza como lo que es —una infraestructura crítica— y financiarla como tal.

El concepto de infraestructura ecológica no es nuevo. Se ha definido como la red de ecosistemas naturales y seminaturales que brindan servicios esenciales para la vida humana: agua limpia, regulación climática, fertilidad del suelo, resiliencia ante desastres naturales. Pero su gestión ha estado históricamente relegada al margen de la planificación del desarrollo. La tesis de fondo del documento de Terrasos es contundente: si queremos proteger la biodiversidad y mantener el soporte vital del planeta, necesitamos dotar a la infraestructura ecológica del mismo estatus financiero y operativo que cualquier otro activo público o privado. En otras palabras, hay que construir, mantener y reparar la naturaleza como si se tratara de un puente o una carretera.

Las unidades de biodiversidad generadas a partir de acciones de restauración, conservación o uso sostenible en áreas estratégicas representan una innovación clave en este modelo. A diferencia de los créditos de carbono, cuya lógica es compensar emisiones, los créditos de biodiversidad buscan crear un mercado basado en la regeneración y permanencia de la infraestructura ecológica. Su emisión se apoya en procesos de largo plazo, con criterios de integridad científica, trazabilidad y garantías jurídicas. Esto permite vincular a actores públicos y privados que, con distintos incentivos, pueden aportar al financiamiento de la biodiversidad como activo real y medible.

En este marco, los Bancos de Hábitat son el mecanismo operativo para materializar esta lógica. Se trata de áreas delimitadas que cumplen con criterios de amenaza, representatividad ecológica y viabilidad de manejo, donde se desarrollan planes de conservación hasta por 30 años o más. Estos bancos no solo responden a la necesidad de compensar impactos ambientales de proyectos de desarrollo, sino que permiten atraer inversión voluntaria, financiamiento climático, e incluso estructurar portafolios para fondos de inversión con enfoque ESG.

El documento señala una diferenciación estratégica frente al mercado de carbono: mientras este tiene como horizonte su eventual desaparición en la medida en que las emisiones netas se reduzcan, el mercado de biodiversidad está llamado a expandirse. A medida que se reconozca la urgencia de restaurar ecosistemas y garantizar su permanencia, el valor de los activos asociados a la naturaleza crecerá. En ese sentido, pensar la biodiversidad como infraestructura no es solo un argumento ecológico, sino un nuevo marco económico que redefine la relación entre naturaleza y desarrollo.

La transición hacia este modelo no está exenta de retos: se requieren marcos regulatorios sólidos, mecanismos de gobernanza ambiental con participación local y, sobre todo, voluntad política para innovar desde las instituciones. Pero el camino está trazado.

En un escenario de múltiples crisis climática, ecológica, financiera, esta propuesta ofrece una visión transformadora: dejar de ver la biodiversidad como un pasivo que hay que mitigar, y empezar a tratarla como el activo más estratégico que tenemos. No solo para garantizar la vida en el planeta, sino para construir un desarrollo verdaderamente sostenible.

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BIOCRÉDITOS Y BANCOS DE HÁBITAT: REPENSANDO EL DESARROLLO Y MANTENIMIENTO DE LA INFRAESTRUCTURA ECOLÓGICA

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